Hoy es uno de esos días en los que concentrarme es un trabajo en sí mismo. Cualquier otra idea acelera, adelanta por la derecha y se planta en primera posición. Poco a poco mi último examen de carrera queda de telón de fondo, al modo de los escenarios de papel pintado para las obras de teatro de los colegios.
Y es que no me puedo creer cómo cambian los sueños a medida que avanzamos. Ni rastro queda ya de la RESAD o de Madrid. Aún persiste lejana Barcelona, pero el fuego es muy pequeño. ¿Dónde está la actriz, a dónde se marchó la presunta directora? Cuántas veces he llamado a la filóloga en vano.
Una calle estrecha, de balcones con barrotes de hierro y persianas recogidas. Un pequeño piso alquilado repleto de libros y música, de cine jamás visto en las salas de moda. Los mismos barrotes custodian la cama solo para uno. La manta, el ordenador y el mando de la tele se mezclan juguetones dispuestos a su haber. ¿En qué lugar está esa calle? Mi horizonte la ha barrido.

¿Por qué?
Yo: quiero ser yo, solo que yo no sola (contigo).